(segunda parte)
escribe: Gustavo Fernández
Teopanzolco
Dentro de los lindes de la propia ciudad de Cuernavaca, en el estado de Morelos, se encuentra el yacimiento arqueológico de Teopanzolco. Allí tuve oportunidad de realizar mis primeros relevamientos radiestésicos "in situ", y nada menos que enfocado a un tema ríspido para la idiosincrasia local. Realmente, ¿los pueblos ancestrales realizaron sacrificios humanos, o, cuando menos, en la cantidad y periodicidad que la "historia oficial" les adjudica?. Esta era una oportunidad para acercar algunas observaciones parapsicológicas y, de hecho, en la llamada "Fosa de los Muertos" donde se sostiene que se encontraron noventa y cuatro cadáveres de personas sacrificadas, mi péndulo y mis varillas "dualrods" señalaron algo distinto: que el lugar sí había albergado cuerpos, pero no de personas sacrificadas.
Igualmente interesante, fue observar que tanto la Pirámide del Sol como esta fosa se vinculaban por líneas de energía telúrica con el templo de Tezcatiploca, a un costado de la primera. Culturalmente se ha tratado de pervivir la idea de que Tezcatiploca era un dios de sangre y destrucción pero, como hemos visto en el número anterior, su significado espiritual, filosófico, esotérico, es muty distinto. Sea lo que fuere, este triángulo energético era muy marcado, y se diferenciaba claramente de otros templetes, alineados con la Fosa a un costado pero que, dedicados a Ehecátl (una de las advocaciones de Quetzalcoátl) se relacionaban energéticamente entre sí, pero no con las edificaciones anteriormente mencionadas.
En estas construcciones que se suponen del pueblo nahua, entre el 300 y el 500 DC, las señales de interacciones energéticas que iría comprobando en posteriores recorridas comenzaban a insinuarse. También, comenzaba a ponerse de manifiesto algo que luego llamaría mucho mi atención: en sucesivas etapas históricas, los antiguos construyeron pirámide sobre pirámide, a la manera de las muñecas "mamushkas" rusas. Pero no podía tratarse, como dicen los arqueólogos, de aprovechar la pirámide más antigua para elevarse sobre ella a una altura superior: obsérvese que cada "capa" de pirámide está claramente diferenciada, y existe una apreciable distancia respecto de la anterior. Solamente la "imita", y trepa a mayor altura. Pienso más bien en "acumuladores", en "baterías de pirámides", destinadas a multiplicar el efecto de éstas, cualquiera que fuere.
Varios amigos y amigas en Argentina ya me lo habían dicho: "No dejés de visitar Tepoztlán". Me dieron varias razones, yo rescato una: es la imagen especular, pero amplificada, de Capilla del Monte y el cerro Uritorco, en nuestra provincia de Córdoba. La misma gente, la misma energía. El Tepozteco, el cerro en la cumbre del cual se eleva el templo a Tepoztecátl, es de apenas cuatrocientos metros de altura sobre su base pero su ascensión exige un esfuerzo similar a los mil novecientos del Uritorco, en buena medida porque es casi de una pendiente de setenta grados en todo el trayecto y en parte porque su base ya se encuentra a dos mil metros sobre el nivel del mar.
Es un lugar magnético, mágico. Si uno puede obviar las hordas de "gringos", los inefables yankies que atronan el lugar con sus risotadas y sus faltas de respeto, el panorama magnificente y las indubitables energías del sitio nos transportan a otro tiempo, quizás también a otros lugares.
Para comenzar, sentado en la escalinata del templo, una pirámide de unos veinte metros de altura construida entre el farallón del cerro y el abismo (¿cómo habrán hecho?) mira hacia una herradura de cerros. La cumbre está aun un poco más arriba, y ciertamente y de haberlo querido, los antiguos constructores la habrían erigido allí. Pero no. Seleccionaron este lugar, donde el péndulo gira frenéticamente en sentido horario. Porque, quizás, sabían de ese Conocimiento Universal que los chinos, precisamente en esos tiempos (500 AC - 600 DC) expresaban ya en el Feng Shui, cuando decían que el punto de más energía geográfica no era la cima de un cerro ni el valle, sino un punto en la ladera, a dos tercios de la altura total, precisamente donde estaba sentado. Y si ese 2/3 evoca en ustedes algún aprendizje de Geometría Sagrada, déjenme relatarles algo espectacular: el eje Sur - Norte que atraviesa el templo, se desvía exactamente... 52º!. ¿Recuerdan todas las observaciones que en otro lugar he escrito sobre el ángulo de 52º?. Para quien no lo recuerde, remito a la lectura de mis trabajos publicados también en AFR, "En busca de otras dimensiones: explorando las Grietas de la Geometría Sagrada" (para solicitar, clic y enviar: AFR Nº 144) y "Piezas de un rompecabezas esotérico: Uruguay Metafísico" (clic para ver en la web: AFR Nº 172).
Era el lugar ideal para realizar una experiencia que Edgar me había recomendado. Me deslicé a un lado de la base cuadrangular del templo y apoyé ambas manos sobre la pared. Lentamente, comencé a llevar mi frente hacia adelante, buscando el frío contacto de la piedra. Más. Un poco más.Traté de no pensar. Difícil. La voz de mi amigo, quien se había aproximado subrepticiamente, llegó a mí : "Recuerda el poder de la serpiente que te fue conferido" (en mención a cierta experiencia días atrás en su temazcalli, para ello ver el número anterior de AFR). Seguí desplazando mi cabeza hacia adelante. Ya debería estar apoyando la frente en la piedra. Pero no. Mi cabeza seguía desplazándose, más. Más. Ya sentía cómo mis piernas se arqueaban hacia adelante para acompañar al torso y la cabeza, y de pronto reparé en que las manos... estaban hacia atrás de la misma, ¡como si mi frente se hubiera "sumergido" en la pared! No pude evitar un sobresalto y me eché hacia atrás. La pared, claro, permanecía impertérrita.
Vamos de nuevo. Sin hacerme trampas. Lentamente, la cabeza hacia adelante mientras mis manos, a los costados, me sostenían e indicaban los pocos centímetros que me separaban de la roca. Pero esos pocos centímetros comenzaron a convertirse en decímetros, y otra vez sentía que mi cabeza estaba mucho más allá, más adelante de lo que debería estar. Evité abrir los ojos mientras agudizaba los sentidos a mi alrededor. Hacía frío y los gringos parecían haberse alejado mucho. Y frente a mí, tres triángulos luminosos con sus vértices hacia arriba y una tenue, muy tenue luz al frente cuando una voz desconocida tronó en mis oídos o en mi mente, no lo sé aún. La palabra era "Ioxicateotl" (aún estamos averiguando qué significa la misma).
Lentamente me retiré hacia atrás y las sensaciones desaparecieron. Ahora sí, hacía calor y los gringos vociferaban nuevamente. O nunca habían dejado de hacerlo y simplemente no los oí. Tomé algunas fotografías más y pausadamente, casi con melancolía, emprendí el descenso.
En nuestro número anterior comencé a relatar ciertas particularidades del pensamiento nahua. Déjenme mencionarles dos:
Por un lado. Los libros escolares nos relatan cómo el tiempo fue cubriendo con tierra y vegetación las pirámides hasta hacerlas desaparecer de la vista. Falso. Aun los estudiosos más académicos sostienen hoy la tesis de que fueron los propios ancestros quienes, siguiendo indicaciones de sus ancianos y ante la evidente depredación que hacía el español (por motivos religiosos, políticos o simplemente para aprovechar la mampostería en sus propias construcciones) decidieron cubrir ex profeso y voluntariamente sus centros ceremoniales, sus petroglifos, sus monolitos litúrgidos, calendáricos, estelas conmemorativas, etc. Tal como recién en el siglo XX los estudiosos comprendieron, es mejor volver a sepultar un objeto de valor que expoliarlo, si no puede ser conservado. Así, siguiendo expresas indicaciones de Cuautémoc, el último emperador, en toda la nación comenzó a cubrirse artificialmente el mayor número posible de lugares sacros. Esta costumbre, lo he comprobado personalmente, aún hoy es preservada por numerosos nativos: ante la aparición, en un cerro próximo a Teotihuacán de unos petroglifos, sus descubridores, sabiendo que se encontraban en tierras de individuos ambiciosos y con poco amor a su cultura, realizaron una ofrenda a los antepsados y rápidamente lo cubrieron con tierra y piedras hasta hacerlo parecer un montículo natural.
Otro. ¿Sabían ustedes que los antiguos mexicas creían en la reencarnación? Es sorprendente cómo cada semana que paso en esta tierra encuentro más paralelismo entre el pensamiento, la filosofía y la ciencia oriental y estos pueblos.
Tomado del libro "Cómputo azteca", de David Esparza Hidalgo, Editorial Diana, México, 1975: "Todos llevamos una gota de sangre divina uniformemente distribuida en la sangre y en los huesos del hombre sano, pero en el hombre enfermo, o en el que está a punto de iniciar un acto heroico que ponga en peligro su vida, esa sangre se acumula en el corazón, y la agonía se concentra en una gota que tiende a desprenderse del cuerpo; la muerte sobreviene precisamente en el instante en que ésta se desprende para ir a alimentar al padre Sol; en él, la gota de sangre se activa, y después de algún tiempo, es arrojada a una pareja de esposos. En el trayecto, esta gota se divide en dos iguales que caen sobre cada uno de los esposos, y se distribuyen en la carne, en la sangre y en los huesos; así adquiere rasgos fisiognómicos, pero estas gotas, temporalmente separadas, tienden a juntarse y se acercan, y en el instante que se juntan, la esposa se convierte en madre y el esposo en padre. Doscientos sesenta días después, nace un niño o una niña".
Pero este itinenario de sorpresas y maravillas apenas había comenzado.